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Cuando Juan Gabriel visito el Centro Budista de la Ciudad de México

Una mañana de sábado, por ahí del año 2006, la recepción del Centro Budista de la ciudad de México recibió una llamada de una señora diciendo “estoy afuera de su centro en Coyoacán tocando y no me abren”. Ella se encontraba en el lugar donde el antiguo centro budista en la calle de Juárez numero 41 se encontraba. “No” le contesto la recepcionista “el centro budista se encuentra ahora en la colonia Roma”

La que llamo ese día era la asistente del canta autor Juan Gabriel que estaba de paso en la Ciudad de México en una gira. A juan Gabriel le interesaba platicar con alguien de “casas” de meditaciones y lugares de rezo budistas” le dijo. Cuando me preguntaron si deseaba platicar con él para orientarle de esas y otras cosas dije que sí. En realidad no me puedo llamar a mi mismo fanático de su música, ni he comprado hasta ahora ninguno de sus discos -no sé si es por chocantada clase mediera o si esta pereza por la música romántica viene como efecto de la meditación- sin embargo mi interés por la oportunidad de conocer a este ídolo de México se despertó y quería saber mas de esta figura tan querida y venerada de México. Por ese cantante que, en sus larguísimos conciertos, hace llorar y reír a miles de personas. Este más que sencillo mexicano con una biografía de pobreza y a la vez, un aparente sentido altruista. En corto era el mero Juanga quien quería saber del Centro Budista y vale la pena averiguar que más hay detrás. ¿Sería posible que le interesara el budismo? Quería averiguar.

Pude platicar con la asistente y darle detalles de donde se encuentra el Centro Budista de la colonia Roma. Así que quedamos para vernos esa misma tarde a las seis.

A las cinco de la tarde la señora llamo nuevamente para decir “Juan Gabriel está saliendo de su hotel rumbo al Centro Budista”. A las cinco con cuarenta y cinco minutos volvió a contactarnos para decir que ya estaban cerca y llegarían en escasos 10 minutos. No entendí porque era necesario decirnos cada detalle de su arribo. Tal vez era mera cortesía. O quizá el ganador de la Dalia de plata -por sus aportaciones a la cultura mexicana- estaba acostumbrado a que la gente preparara bien el lugar y al decirnos los exactos detalles de su trayecto, no se viera en la fastidiosa necesidad de esperar afuera cualquier preparativo que le hiciéramos. Si fue así posiblemente se decepcionó de que solo estábamos el guardia y yo esperándolo.

Juan Gabriel mirando desde el hotel Maria Isabel Sheraton a la ciudad de Mexico.

Juan Gabriel mirando desde el hotel María Isabel Sheraton a la Ciudad de México.

Cuando llegaron pude ver que el era un hombre entrado en años que llevaba ropa deportiva blanca y una gorra graciosa que le hubiera quedado mejor si tuviera 30 años menos. Era un hombre que se podría describir como “pasadito de kilos” que no radiaba salud especialmente, por el contrario se veía un poco cansado y gastado. Aunque también se notaba una clara voluntad en él aunque mezclado con su clásico toque indulgente que lo hacia verse un tanto suave. Sus dos asistentes eran señoras sencillas que se portaban con él de forma íntima y confiada con él. Quizá eran parientes que lo hacían sentir querido y, a la vez, humano. No lo trataban como “artista” ni como ídolo, sino con cierta intimidad y cariño. Es posible que necesitaba ese trato normal después de ser expuesto a tanta fanfarria superficial a la que el mismo se prestaba. En el grupo también venía un muchacho joven, alto y delgado, que tenía acento argentino y varios tatuajes, se miraba despierto y juguetón. Juan Gabriel no se mostró distante o soberbio sino por el contrario un tanto tímido al llegar. Eso hacia sentir a uno con la confianza de tratarlo de forma natural.

No sabía bien que deseaba el Divo de Juárez, ni para que venía a nuestro centro de actividades, pero me imaginé que podía averiguarlo de alguna forma si lo trataba como a otros curiosos visitantes que recurrentemente vienen al lugar. Después de presentarme le mostré el centro; cada uno de los murales que se encuentran empotrados en las paredes de la casa porfiriana en que nos encontrábamos. Esta casa, le pude comentar, le perteneció a la filántropa Dolores Sanz de Lavie. Que es el mismo inmueble que hace ya muchas décadas albergo la academia de actuación de los hermanos Soler.

Cuando llegamos a un recinto de meditación le mostré los bancos que usamos al sentarnos en el suelo al meditar, invitándolo a tratar de hacerlo. Él, obedientemente, trato pero inmediatamente pude notar lo difícil que se le hizo estar en la postura, después de unos segundos le ayude a pararse.

Acabado el paseo y de explicarle en que consiste las diferentes aulas nos sentamos a tomar té de canela a la manzana y comer galletas.

“¿Y que te gustaría saber del Centro Budista?” le pregunte con la curiosidad. “Estoy construyendo una casa en mi pueblo natal y quisiera tener un recinto abierto a cualquier forma de meditación y rezo. Un salón dedicado al espíritu donde, quien vaya, pueda hacer la practica espiritual que desee” Me comentó. No fue claro para mi si pensaba hacer un recinto público para que cualquier persona pudiera meditar o rezar, o si planeaba acondicionar un área dentro de esta casa con ese fin para él y sus invitados. Sin embargo aclaró que en este recinto iba a tener un lugar a la memoria de su madre. Eso no me extraño. Después de todo es el autor de la famosa balada «Amor eterno». Me imaginé que para él un recinto de este tipo sin la presencia de su madre no estaría completo. Otro detalle que enfatizó es que no le gustaba el Cristo crucificado, usualmente sangrante, que algunas iglesias muestran. Nada así quería en el lugar. Rápidamente me di cuenta que, más que un recinto de meditación budista, lo que deseaba era un lugar tranquilo en su casa donde pudiera recordar a su madre y que otros pudieran usarlo de forma general para meditar o rezar.

Detalle de un mural de centro budista

Detalle de un mural en el Centro Budista

No pude dejar de preguntarme por qué entonces venir a un Centro Budista a orientarse de este tema; ¿no hubiera sido mejor platicar con un arquitecto para que lo aconsejara de manera mas clara y precisa? Lo único que puedo inferir es que la palabra meditación se le hizo describía lo que deseaba para el lugar planeado, que pensó en el budismo como el exponente principal de esta práctica. Así que encomendó a sus asistentes a buscar un centro budista y, pues, que mejor que ir al mero Centro Budista de la Ciudad de México para asesorarse. Juan Gabriel no tenía ninguna clara intención de derivar inspiración espiritual del Budismo, concluí.

Sea como fuere después de un rato la conversación se fue hacia sus diferentes casas ubicadas en varios países así como sus diversas giras a lo largo de Latinoamérica. Su relación con la comunidad cubana en Miami y lo sensible que sería ir a la Cuba de los Castros sin una buena razón. Después de una rato de simples comentarios, que me imagino, a las celebridades millonarias les gusta hacer, tengo que confesar, mi curiosidad por el ídolo de México estaba más que satisfecha, concluyendo que mi invitado no deseaba más que hacer una nota mental de donde meditaban los budistas por si fuera útil en el futuro.
Después nos dirigimos a la tienda del Centro y con gusto inspeccionó él y sus asistentes las diferentes malas (rosarios budistas) y libros que teníamos. Ahí me despedí del compositor de tantas canciones que sirven de himno emocional a tantos mexicanos, dejándolo en las capaces manos del gerente de la tienda.

Al día siguiente platicando con el guardia que lo recibió a su llegada al portón principal del centro le pregunté qué pensaba de haber visto a Juan Gabriel ahí. Con su inimitable acento Veracruzano me dijo “cuando llegué a la casa le dije a mi familia que Juan Gabriel había estado en donde trabajo pero ellos me dijeron que lo más probable es que era un simple imitador el que vino…” . «Pero tu mismo lo viste ayer, y, ¿para qué vendría un imitador aquí si no había nadie más que nosotros?”. Le pregunté. “Pues eso no lo sé pero así son esas personas” me dijo convencido. La familia de Pablito (así le gustaba llamarse al guardia) no podía creer que el mismísimo compositor de más de 500 canciones pudiera estar así, nada más, visitando un centro de budismo. Sus ojos no pudieron creer cómo el alma del sentimiento popular mexicano se veía como otro simple y amable visitante a nuestra comunidad.

Upekshamati

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