Los cinco preceptos

Una guía para seguir en el camino hacia la iluminación
El comportamiento acarrea consecuencias kármicas que afectan el progreso a lo largo del camino. Sin embargo, hasta que alcanzamos la iluminación, no siempre podemos estar seguros de que nuestros actos de voluntad son positivos. En ocasiones nosotros mismos desconocemos los motivos verdaderos. Por esta razón se precisan ciertas directrices éticas, como la lista de los cinco preceptos. Esta guía describe el comportamiento natural y espontáneo de una persona iluminada. Si queremos alcanzar la iluminación debemos intentar emular dicho comportamiento, puesto que modificando nuestra conducta también cambiaremos nuestro nivel de conciencia.

Principios de adiestramiento

Los preceptos no son normas ni mandamientos. No existe ningún ser superior que nos observa desde arriba para comprobar si seguimos el buen camino. A diferencia de otras listas, como los Diez Mandamientos, los cinco preceptos no indican “lo que todos los budistas deben hacer”, sino que se adoptan de forma voluntaria, en calidad de “principios de adiestramiento”. Los cinco preceptos, que presentamos aquí traducidos del pali clásico, son los más comunes:

Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de matar.
Acepto el principio de adiestramiento de no tomar lo que no me ha sido dado.
Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de malas conductas sexuales.
Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de la mentira.
Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de ingerir intoxicantes.

Una formulación positiva para Occidente
Algunos budistas occidentales han formulado los equivalentes positivos a dichos preceptos:

Con acciones de amor y bondad purifico mi cuerpo.
Con generosidad purifico mi cuerpo.
Con tranquilidad, sencillez y contento purifico mi cuerpo.
Con una comunicación veraz purifico mi habla.
Con una conciencia clara y lúcida purifico mi mente.

Realizamos un cambio en nuestro modo de vivir
Como directrices de entrenamiento, los preceptos son la extensión, en la vida cotidiana, del proceso de buscar refugio en las Tres Joyas. Los preceptos lo hacen efectivo al dotarle de una expresión práctica. No se trata sólo de que quisiéramos dirigirnos hacia la iluminación sino que, adoptando los preceptos, empezamos a cambiar nuestro comportamiento para que concuerde con nuestros ideales. Al igual que existen cuatro niveles de búsqueda de refugio, existen cuatro niveles correspondientes de práctica de los preceptos.

Cuatro niveles de práctica de los preceptos

En el nivel étnico, los preceptos se reducen a las normas de conducta de un grupo o sociedad. Como tales, sólo forman parte de la moralidad convencional y no se adoptan como reglas de adiestramiento en la senda espiritual. En el nivel provisional, los nuevos budistas asumen los preceptos e intentan vivir de acuerdo con ellos para alcanzar una mejor comprensión del budismo, es decir, intentan practicarlos para comprobar cómo afectan a sus vidas. En el nivel efectivo, el individuo se compromete a vivir según los preceptos y, aunque todavía se siente atrapado en el samsara, realiza un esfuerzo coherente para vivir de acuerdo con la ética. En el nivel real, las acciones se corresponden con los preceptos de forma natural y devienen una expresión del modo de ser del individuo. Así, los preceptos describen el comportamiento natural, libre y espontáneo de los miembros de la arya sangha.

El respeto a la vida
Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de matar.
Con acciones de amor y bondad purifico mi cuerpo

Verse privado de la vida significa privarse, al mismo tiempo, de todo cuanto uno quiere. La voluntad de vivir es común a todas las cosas vivas. No aceptar este principio representa la contradicción más importante de la regla de oro que reza: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”.

A todos los seres vivos les aterroriza el castigo.
Todos temen a la muerte.
Si todos somos iguales, nadie debería matar al prójimo.
A todos los seres vivos les aterroriza el castigo.
Para todos, la vida es un bien preciado.
Si todos somos iguales, nadie debería matar al prójimo.*

En el budismo, la regla de oro no se circunscribe al dominio exclusivo de la humanidad, pues respeta la voluntad de vivir de todos los seres sensibles. Cuando matamos o dañamos al prójimo de cualquier forma consciente dejamos de identificarnos con él como seres vivos, lo vemos sólo como un objeto intrínsecamente separado de nosotros. Esto refuerza la dicotomía sujeto/objeto y nos conduce a un estado de penosa limitación. Así pues, cuando matamos, no sólo privamos a otro de lo que le es más preciado, sino que también nos dañamos a nosotros mismos. El amor, identificación emocional de los demás con nuestro yo, difumina las fronteras entre nosotros y el mundo, proporcionándonos una experiencia más rica y profunda de la vida. Los budistas no sólo se abstienen del asesinato y otros actos de violencia, sino que tampoco abortan ni fomentan el aborto. Por lo general son vegetarianos, les preocupa el medio ambiente y el bienestar de otras especies y no toleran el comercio de armas o cualquier otro producto que perjudique a los seres vivos.

* Dhammapada, versos 129-130, traducción (inédita) de Sangharákshita

Dar es lo que nos enriquece
Acepto el principio de adiestramiento de no tomar lo que no me ha sido dado.
Con generosidad purifico mi cuerpo.

Del mismo modo que no queremos morir, tampoco queremos separarnos por la fuerza de nuestras posesiones. Lo que nos pertenece, en gran medida, forma parte de nuestra identidad y privar a alguien por la fuerza de sus propiedades es una forma de violencia. No sólo no debemos arrebatar las posesiones a otra persona, sino que tampoco deberíamos robarles ni el tiempo ni la energía, a menos que la ofrezcan libremente. En lugar de tomar, podemos aprender a dar. Por lo general tendemos a preservar nuestra identidad incorporando a ella aquello que, creemos, le proporcionará seguridad y bienestar. Tal orientación, que nos mantiene unidos al samsara y es la fuente de todo sufrimiento, puede cambiarse de forma gradual a través de la práctica consciente de la generosidad. Dar es la contrapartida natural de la no violencia y si se entiende el camino budista como un adiestramiento hacia la paz, también lo es hacia la generosidad. Al cultivar la generosidad se deshacen los vínculos con el egocentrismo.

La difícil cuestión de la conducta sexual
Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de malas conductas sexuales.
Con tranquilidad, sencillez y contento purifico mi cuerpo.

Las escrituras budistas apenas abordan el tema del sexo. Los monjes y monjas hacen voto de castidad y los códigos monásticos especifican, con todo detalle, qué actos excluye el voto, pero no se prescribe nada para aquellos que no viven en monasterios. Suele interpretarse este precepto como una reprobación de la violación, el adulterio y el secuestro, pero de hecho es mucho más que eso.

El sexo es importante para todo el mundo. El instinto sexual es muy fuerte y conduce a toda clase de comportamientos extraños. La cultura budista se caracteriza porque nunca ha intentado controlar la sexualidad mediante el sentimiento de culpa, como se observará al visitar algunos países de Asia. El budismo no discrimina a la gente por sus preferencias sexuales. Se puede ser heterosexual, homosexual, onanista, travestido o célibe. El budismo tampoco ha glorificado la familia nuclear. El matrimonio no es un sacramento budista sino, simplemente, un contrato social. Si se consideran las diferentes culturas budistas del mundo se observará que se aceptan socialmente la monogamia, la poligamia y la poliandria, las cuales se entienden como diferentes maneras de organizar la vida.

Lo importante es que el comportamiento sexual de uno no lastime a los demás ni se le conceda un valor desproporcionado al sexo. Vivimos en una cultura que da una importancia desmesurada al sexo, mismo que se convierte en el núcleo vital de muchas personas. Cuando un individuo busca refugio en las Tres Joyas, el sexo se desplaza del centro a la periferia de la vida y el apego a él disminuye. La tensión de la polarización y el deseo sexual aumentan la dualidad sujeto/objeto. En un estado de excitación sexual, la persona objeto del deseo es sólo eso, un objeto. Para muchas personas la conciencia nunca experimenta un estado de división ansiosa tal como cuando están excitadas sexualmente, sobre todo si el deseo queda frustrado. El estado contrario, el de complacencia, es decir, sentirse a gusto con uno mismo y con el mundo, no aparece mediante la satisfacción del deseo, sino debido a su eliminación.

El valor de la palabra
Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de la mentira.
Con una comunicación veraz purifico mi habla.

La cultura humana se basa, en gran medida, en la comunicación y para que ésta tenga sentido ha de ser veraz. Si no podemos confiar en la certeza de lo que se nos comunica, la sociedad se desintegra con rapidez. Por lo tanto, mentir significa cometer un acto de violencia contra la sociedad. Además, cuando mentimos nos perjudicamos. La mayoría de las veces lo hacemos para proteger nuestra identidad, con lo que incurrimos en la autoprotección, perpetuando así un proceso mediante el cual giramos en un círculo reducido de preocupación egoísta.

La mentira constituye, asimismo, un acto de violencia contra otros individuos. Al mantener la verdad alejada de ellos les condenamos a una neblina de irrealidad. Buscar refugio en el Buda significa buscar refugio en aquel que descubrió la verdad de las cosas y la encarna. La sangha se compone de hombres y mujeres que han asumido esta verdad. La mentira se opone por completo a las intenciones budistas en su conjunto.

No intoxicar la mente ni el cuerpo
Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de ingerir intoxicantes. Con una conciencia clara y lúcida purifico mi mente.

La claridad mental, una de las cualidades más preciadas en el budismo, constituye el medio a través del cual penetramos finalmente en la niebla del engaño, origen del sufrimiento universal. Mediante la claridad mental nos liberamos de los lazos de la ignorancia y nos convertimos en seres capaces de ayudar a los demás a hacer lo mismo. La práctica de la meditación budista se propone el desarrollo de la claridad mental y emocional. A medida que la neblina opresiva de la confusión se desvanece nacen sentimientos de alegría y liberación. Cuando el individuo se compromete con el desarrollo y mantenimiento de estados mentales claros se siente, de forma progresiva y natural, menos inclinado a sacrificar la claridad obtenida por una copa de alcohol. Al mismo tiempo, conforme la sensibilidad aumenta como resultado de la práctica de la meditación, el individuo adquiere cada vez mayor conciencia de los efectos secundarios tóxicos del alcohol.

Una auténtica lista de productos perjudiciales incluiría, no sólo al alcohol y las drogas, sino también todas aquellas actividades que entorpecen, confunden o perturban la mente. Asistir a un multitudinario partido de futbol o ir a la discoteca puede ser perjudicial. Demasiada televisión entumece la mente. Incluso comprar puede resultar un hábito pernicioso. El consumo habitual de drogas conduce a la dependencia. Si uno toma un vaso de whisky cada noche para relajarse, a la larga no conseguirá relajarse sin beberlo. La práctica del budismo ayuda a relajarse y disfrutar de cada estado mental sin necesidad de recurrir a las drogas. Cuando se ha experimentado el éxtasis de la absorción meditativa, el placer de las drogas es como una vulgar pintura barata colgada a la entrada de una importante galería de arte. ¿Por qué distraerse con ella cuando dentro nos esperan tantos tesoros?

Fuente: Budismo, Kulananda, Windhorse Publications.

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