Ananda el compañero fiel del Buda

La vida de Ananda
Ananda y su hermano, Anurudha, eran aristócratas del clan de los shakyas. Ambos nacieron en el pueblo de Kapilavastu. Su padre, Amritodana, era hermano del padre del Buda, Suddhodana, aunque es posible que tuvieran distintas madres. Cuando Ananda tenía 37 años, los dos hermanos, junto con muchos otros nobles shakyas, se unieron a la sangha del Buda.

Durante el primer retiro que tuvo Ananda por la temporada de lluvias, el venerable Punna Mantaniputta le dio a los novicios ahí reunidos una enseñanza sobre la relación entre la noción “yo soy” y los cinco skandhas. Apenas la escuchó, Ananda entró a la corriente. Los siguientes 18 años los pasó muy feliz en la sangha, purificando su mente, reafirmando su práctica y conviviendo con los demás monjes. Se le reconocía por sus modales dulces y porque era un buen compañero. Sin embargo, cuando tanto él como el Buda llegaron a los 55 años de edad ocurrió un cambio muy importante en el esquema de su vida.

El Buda busca un asistente
Un día, el Buda pidió a sus monjes discípulos que se reunieran y les dijo, “en mis 20 años como líder de la sangha he tenido muchos asistentes pero, en realidad, ninguno ha satisfecho el cargo a la perfección. Una y otra vez ha surgido algún capricho. Ahora ya estoy viejo y requiero un asistente confiable”. De inmediato, los discípulos más aventajados le ofrecieron sus servicios pero el Buda no aceptó a ninguno de ellos. Ananda se mantuvo apartado. “¿Por qué te resistes a probar?”, le preguntaron. “¿No crees que deberías ofrecerte para el cargo?” Era verdad que le habría gustado ser el asistente de su querido primo, pero también era demasiado modesto como para acercarse a sugerirlo. En todo caso, confiaba en que el Buda sabría elegir al más adecuado. El Buda sabía lo que Ananda estaba pensando. “Me complacería que mi asistente fuera Ananda”, declaró y fue así como comenzó una estrecha camaradería que habría de durar hasta la muerte del Buda.

Ananda pide ciertas condiciones para ser asistente del Buda
Ananda comprendió que algunos de los discípulos querrían dispensarle un estatus especial puesto que siempre estaría al lado del Buda, así que consideró que debería ser discreto para no provocar celos y también pensó que debía ser cuidadoso para no caer en el orgullo. De igual modo, decidió que tendría que asegurarse de nunca apartarse del Dharma si quería estar a la altura de su nueva labor. Por lo tanto, le solicitó al Buda que le permitiera gozar de ciertas condiciones para poder cumplir con su nuevo deber.

Como no quería que la gente creyera que ayudaba al Buda con la esperanza de obtener un beneficio material, le pidió que jamás le diera nada de la comida que él recibiera, así como tampoco de los mantos que le obsequiaran. Insistió en que no se le diera ningún alojamiento especial y que no se le incluyera en las invitaciones personales con que algunos deseaban agasajar al Buda. Por otra parte, pidió que si él mismo fuera invitado a una comida pudiera transferir la invitación al Buda. Si alguien de fuera viniera a ver al Buda quería tener el privilegio de presentar a esa persona. Además, si acaso llegara a tener alguna duda acerca del Dharma, pedía poder hablar con el Buda sobre ello en cualquier momento. Finalmente, si el Buda diera un discurso y él estuviera ausente, le solicitaba que tuviera la amabilidad de repetirlo cuando se encontrara presente. Él Buda aceptó sus condiciones con mucho gusto.

Ananda y la amistad
Ananda fue un hombre muy popular y muy querido por todos los que lo conocieron. Tenía muchos amigos espirituales y entre ellos, por supuesto, se contaba al Buda. En una ocasión se encontraba con éste en Sakkhara, una aldea shakya, reflexionando sobre el deleite y la eficacia de la amistad espiritual. “Señor, he estado pensando”, le dijo al Buda. “¿Sabes? Me parece que la amistad espiritual constituye la mitad de la vida espiritual”. “¡Oh, no, Ananda! No es así”, respondió el Buda; “¡La amistad espiritual constituye toda la vida espiritual!”. (Samyutta-Nikaya, v.2.)

La extraordinaria memoria de Ananda
Ananda tenía una memoria prodigiosa y pasó mucho tiempo cerca del Buda, de modo que era muy versado en el Dharma. Una vez, un discípulo laico le preguntó al Buda cómo, después de venerar al Buda y a la sangha, podría honrar al Dharma. Era una época en la que las enseñanzas del Buda no se habían registrado de manera escrita. “Si deseas honrar al Dharma”, le respondió el Buda, “ve y muestra tus respetos a Ananda, el guardián del Dharma”. Así que ese discípulo invitó a comer a Ananda y le regaló un manto muy valioso. Ananda ofreció el manto a Sariputra quien, a su vez, lo obsequió al Buda, ya que él y sólo él era la causa de tanta dicha. (Yataka 296, citada en Great Disciples of the Buddha, p. 142)

En otra ocasión, después de que Ananda contestó una pregunta que le habían hecho algunos monjes y, al final, se retiró de la reunión, el Buda miró a los monjes y mencionó: “Ananda todavía está en el sendero del más sublime adiestramiento. Sin embargo, es difícil hallar a alguien que lo iguale en sabiduría”. (Anguttara-Nikaya, iii.78)

Las cualidades de Ananda lo llevaron a ejercer una función especial como “guardián del Dharma” o dhammabhandagarika. Dentro de un régimen político, el bhandagarika es el tesorero y su responsabilidad es almacenar, proteger y administrar la riqueza nacional. Si es inepto o irresponsable los ingresos disminuirán y el estado puede caer en la bancarrota. Si es astuto, la riqueza de la nación se utilizará con sabiduría y habrá paz y prosperidad. En la administración que encabeza el Buda, la riqueza es el Dharma y, sobre todo tras la muerte del Buda, la vida y la salud de su gobierno requirieron que el Dharma se conservara con precaución y que se transmitiera de manera fidedigna a la posteridad. Es por ello que el cargo de tesorero del Dharma tenía una enorme importancia, al grado que aquél que hubiera de desempeñarlo podría llamarse (y con justicia) “el ojo de todo el mundo”, como él se denomina en sus versos del Theragatha:

Si alguien desea comprender el Dhamma
debería acudir a esa persona
que tiene un gran aprendizaje, alguien que lleva el Dhamma consigo,
un sabio discípulo del Buda.

De un gran aprendizaje, portador del Dhamma,
el guardián del tesoro del Gran Vidente,
él es el ojo de todo el mundo, merecedor de honras, el de gran aprendizaje.
(Theragatha 1030-1031, citado en Great Disciples of the Buddha, p. 153)

Las primeras discípulas del Buda
Cuando era niño, el Buda creció bajo los cuidados de su tía, Mahaprayapati. Tras la muerte de su hermano, Suddhodana, ella decidió formar parte de la sangha y aprovechó que el Buda estaba de visita en Kapilavastu, el pueblo de su niñez, para acercársele y solicitarle tres veces que le permitiera unirse a la sangha. Sin embargo, tres veces rehusó aceptarla el Buda, porque era una mujer. Después, él se marchó de Kapilavastu y se dirigió a Vaishali, a muchos kilómetros de distancia. Entonces, Mahaprayapati, junto con otras mujeres shakyas, decidió insistir y lo siguió de cerca. Al llegar a la antecámara del Alero Encumbrado, lugar donde permanecería el Buda, ella se apostó afuera del pórtico “con los pies hinchados, las extremidades cubiertas de polvo y el rostro bañado en llanto”. (citado en Great Disciples of the Buddha, p. 154)

Cuando Ananda vio el terrible estado en que ella se hallaba decidió interceder. Fue con el Buda y tres veces repitió la misma solicitud para que aceptara a Mahaprayapati. El Buda lo desalentó una y otra vez. Entonces, Ananda decidió utilizar un método indirecto.

“Imaginemos que las mujeres tuvieran que ir lejos del hogar y adentrarse en la vida errante, bajo el Dhamma Vinaya que inculcó el Tathágata”, dijo. “¿Podrían ellas también alcanzar los frutos de la entrada a la corriente, o el de aquél que sólo retorna una vez más, o el de quien ya no retorna, o el del estado del arahat?” (adaptación del Vinaya ii.253f)

El Buda admitió que las mujeres eran igualmente capaces y fue ahí que Ananda aprovechó la oportunidad. Mahaprayapati había servido al Buda cuando él era pequeño, le dijo. Lo cierto era que ella se hizo cargo de criarlo cuando murió su madre. Esa razón debería bastar para que él le ayudara ahora a lograr la liberación final. El Buda no podía resistirse a tal argumento y por fin aceptó establecer una orden de monjas, las cuales, claro estaba, tendrían que sujetarse a ciertas reglas. Desde entonces, Ananda ha gozado siempre de un cariño especial por parte de la sangha que conforman las monjas.

Una relación especial entre Ananda y el Buda
La relación que Ananda tenía con el Buda no era exclusivamente la de un sirviente. Era un amigo, un compañero y también su secretario. Tenían una amistad cálida y estrecha. Él le llevaba agua al Buda para que se lavara la cara y un utensilio para que se limpiara los dientes. Le arreglaba el asiento, le lavaba los pies, le daba masaje en la espalda, lo abanicaba, barría su dormitorio y le remendaba los mantos. Lo cuidaba mientras dormía y se mantenía al alcance por si requería alguna cosa. Lo acompañaba cuando caminaba alrededor de donde se ubicaban los monjes y siempre revisaba si éstos no habían olvidado algo después de las reuniones. Llevaba los mensajes del Buda y convocaba a los monjes cuando éste quería hablar con ellos (a veces, incluso, a media noche). Si el Buda estaba enfermo él le llevaba la medicina. Una ocasión en que un monje había enfermado de disentería y sus compañeros no lo atendieron, el Buda y Ananda lo lavaron y lo llevaron a un sitio donde pudiera descansar.

Participación de Ananda con la comunidad de discípulos del Buda
La participación de Ananda fue muy importante para que se diera una buena comunicación entre el Buda y la sangha, que cada vez era más grande. Cuando en Kosambi se suscitó una discusión entre los monjes y Devadatta provocó un cisma, Ananda ayudó a las personas a clarificar sus dudas y renovar su comunicación. Muchas veces era él un intermediario para los monjes. Les arreglaba una entrevista con el Buda y refería las palabras de éste a los líderes de otras sectas. A nadie rechazaba y se consideraba a sí mismo como un puente y no una barrera.

Durante 25 años estuve al servicio del Bendito. Lo atendí bien, haciendo obras amorosas y tan de cerca como una sombra que nunca se separa.
Durante 25 años estuve al servicio del Bendito. Lo atendí bien, hablando con palabras amorosas y tan de cerca como una sombra que nunca se separa.
Durante 25 años estuve al servicio del Bendito. Lo atendí bien, teniendo sólo pensamientos amorosos y tan de cerca como una sombra que nunca se separa.
(Theragatha 1041-1043, citado en Great Disciples of the Buddha, p. 148)

Cerca de la muerte del Buda
Cuando el Buda se preparaba para morir, Ananda se deprimió mucho. Se fue hacia su aposento y se recargó en el marco de la puerta mientras se lamentaba profundamente. Decía, “¡es una pena! ¡Todavía soy un aprendiz y tengo tanto por andar! El maestro está muriendo, él que ha sido tan compasivo conmigo”. (Mahaparinibbana Sutta, Dîgha-Nikaya 16, en The Long Discourses of the Buddha, p. 265)

El Buda notó la ausencia de Ananda y le pidió a un monje que lo llamara. Cuando por fin acudió, el Buda lo consoló. Le dijo que todas las cosas compuestas están sujetas a la decadencia. Entonces, ¿cómo no habría de morir él? Luego, lo animó y lo alabó. “Durante mucho tiempo, Ananda, has estado en presencia del Tathágata, manifestando tu amor y bondad con los actos de tu cuerpo, tu habla y tu mente, siendo beneficioso, bendito, sincero y sin limitarte. Has alcanzado mucho mérito, Ananda. Esfuérzate y en poco tiempo te verás libre de corrupciones” (Íbid.)

Después, el Buda se dirigió a los monjes y les dijo que todos los budas del pasado habían tenido un asistente como Ananda y que lo mismo sucedería con los budas del futuro. Asimismo, añadió que Ananda siempre fue muy sabio. Él sabía cuándo era el mejor momento para que los monjes, las monjas y los practicantes laicos vinieran a ver al Buda y cuándo el tiempo era propicio para que hicieran lo mismo los reyes, los ministros reales y los líderes de otras escuelas y sus discípulos. Aun más, les dijo que “Ananda tiene cuatro cualidades sobresalientes y maravillosas. ¿Cuáles son? Si un grupo de monjes viene a ver a Ananda se sienten complacidos con tan sólo encontrarle; cuando Ananda les habla del Dharma se sienten también complacidos y si permanece en silencio se sienten desilusionados y lo mismo sucede con las monjas y con los practicantes laicos, hombres y mujeres” (Íbid.).

El camino de Ananda hacia la iluminación
Tras el parinirvana del Buda, Ananda se marchó a meditar al bosque pero cuando los habitantes de la región supieron que el asistente personal del Buda se encontraba cerca le llovieron los visitantes. El Buda, Sariputra, Modgalyayana y Pasenadi, el rey justo, todos ellos habían muerto ese mismo año. La gente sentía un enorme deseo de consuelo. Sabían que Ananda se caracterizaba por responder a sus necesidades, por lo tanto, era raro que estuviera solo. En una de esas, un deva que vivía en el bosque se le apareció y le dijo:

Ya que has entrado en la espesura y te has sentado al pie de un árbol,
Ahora que has dejado que el Nibbana se aposente en tu corazón,
¡Medita, Gotama y no seas negligente!
¿Qué bien te puede hacer tanto alboroto?
(Samyutta-Nikaya ix.5, citado en Great Disciples of the Buddha, p. 179)

y Ananda respondió ante esta exhortación con un renovado sentimiento de urgencia.

El primer concilio en la historia del budismo
Mientras tanto, Mahakasyapa había decidido convocar a un concilio para regularizar los contenidos de la enseñanza del Buda, el Budadharma. Como Ananda conocía la mayoría de los discursos era indispensable que asistiera al concilio. Sin embargo, de los 500 monjes invitados solamente él todavía no era un arahat. A medida que se aproximaba la fecha del concilio, Anuruddha sugirió que no se admitiera la presencia de Ananda a menos que hubiera traspuesto ya las últimas impurezas y alcanzara el estado del arahat. Anuruddha sabía bien lo que hacía. Ahora, Ananda se aplicaría con todo su esfuerzo a la práctica espiritual. Así fue. Practicó los cuatro fundamentos de la atención consciente durante toda la noche y, en las primeras horas del día, justo cuando se iba a acostar para dormir, su mente se vio liberada por fin de toda corrupción alcanzando la iluminación. El concilio estaba a punto de empezar. No bien se estaban sentando apenas todos los monjes que asistían al acto cuando llegó Ananda, volando por el aire gracias a sus poderes psíquicos. Tomó asiento y, con base en sus recuerdos, se fueron estableciendo las antologías que componen el Sutta Pitaka.

Muerte de Ananda

Cuando Ananda tenía 120 años comprendió que su fin estaba cerca. De modo que planeó un viaje de Rajagraha a Vaishali, tal como había hecho el Buda. Cuando se enteraron de esto el rey de Magadha y los príncipes de Vaishali se apresuraron a reunirse con él, cada uno desde donde se encontraba, para desearle un buen viaje. Como quería hacer justicia a ambos sitios, Ananda se elevó por el aire utilizando sus poderes psíquicos y dejó que el fuego consumiera su cuerpo. Después, sus reliquias se dividieron y se erigieron sendas estupas. Era típico de la gentil habilidad de Ananda evitar que se suscitaran pleitos por su causa y eso fue lo que hizo, incluso en el caso de lo concerniente a sus ritos fúnebres y sus restos.

Fuente: Teachers of Enlightenment, Kulananda, Windhorse Publications.

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